CUENTO DE LA SEMANA


EL ÁRBOL DE LOS PROBLEMAS

 

Había contratado un carpintero para ayudarme a reparar mi vieja granja. Él acababa de finalizar su primer día de trabajo que había sido muy duro. Su sierra eléctrica se había estropeado lo que le había hecho perder mucho tiempo y ahora su antiguo camión se negaba a arrancar.

Mientras lo llevaba a su casa, permaneció en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Nos dirigíamos a la puerta de su casa y se detuvo brevemente frente a un precioso olivo centenario. Tocó el tronco con ambas manos.

Al entrar en su casa, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara sonreía plenamente. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. La energía había cambiado completamente. Posteriormente me acompañó hasta el coche.

Cuando pasamos cerca del olivo, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo visto cuando entramos.

- Ese es mi árbol de los problemas, – contestó- Sé que no puedo evitar tener problemas durante el día como hoy en el trabajo por ejemplo, pero no quiero traer estos problemas a mi casa. Así que cuando llego aquí por la noche cuelgo mis problemas en el árbol. Luego a la mañana cuando salgo de mi casa los recojo otra vez. Lo curioso es– dijo sonriendo-, que cuando salgo a la mañana a recoger los problemas del árbol, ni remotamente encuentro tantos como los que recuerdo haber dejado la noche anterior.

 

Maestro: SI TE CENTRAS EN EL AHORA DESAPARECEN TODOS LOS PROBLEMAS.

 

 

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LA LEYENDA DE LA SEMANA

 

EL CAMARADA VESTIDO DE BLANCO

 

Aunque parezca increíble, el adorable salvador del mundo, estuvo trabajando como enfermero en los campos de batalla, durante la primera y segunda guerra mundial. Vamos a transcribir el conmovedor relato de Don Mario Roso de Luna el insigne escritor teosófico. Este relato lo encontramos en el Libro «Que mata a la Muerte», o libro «De los Jinas», obra formidable de Don Mario. Veamos:

«Extrañas narraciones llegaban a nosotros en las trincheras. A lo largo de la línea de 300 millas que hay desde Suiza, hasta el mar, corrían ciertos rumores, cuyo origen y veracidad ignorábamos nosotros. Iban y venían con rapidez, y recuerdo el momento en que mi compañero Jorge Casay, dirigiéndome una mirada extraña con sus ojos azules, me preguntó si yo había visto al amigo de los heridos y entonces me refirió lo que sabía respecto al particular.

Me dijo que, después de muchos violentos combates, se había visto un hombre vestido de blanco inclinándose sobre los heridos. Las balas lo acercaban, las granadas caían a su alrededor, pero nada tenía poder para tocarle. El era un héroe superior a todos los héroes, o algo más grande todavía.

Este misterioso personaje, a quién los franceses llamaban «El Camarada vestido de Blanco», parecía estar en todas partes a la vez: en Nancy, en la Argona, en Soissons, en Iprés: en dondequiera que hubiese hombres hablando, de él con voz apagada.

Algunos, sin embargo, sonreían diciendo que las trincheras hacían efecto en los nervios de los hombre. Yo que con frecuencia era descuidado en mi conversación, exclamaba que para creer tenía que ver, y que necesitaba de la ayuda de un cuchillo germánico que me hiciera caer en tierra herido.

Al día siguiente los acontecimientos se sucedieron, con gran viveza en este pedazo del frente. Nuestros grandes cañones rugieron desde el amanecer hasta la noche, y comenzaron de nuevo a la mañana. Al medio día recibimos orden de tomar las trincheras de nuestro frente. Estas se hallaban a 200 yardas de nosotros y no bien habíamos partido, comprendimos que nuestros gruesos cañones habían fallado en la preparación.

Se necesitaba un corazón de acero para marchar adelante; pero ningún hombre vaciló. Habíamos avanzado 150 yardas cuando comprendimos que íbamos mal. Nuestro capitán nos ordenó ponernos a cubierto, entonces precisamente fui herido en ambas piernas. Por misericordia divina caí dentro de un hoyo.

Supongo que me desvanecí, porque cuando abrí los ojos me encontré solo. Mi dolor era horrible; pero no me atreví a mover-me porque los alemanes no me viesen, pues estaba a 50 yardas de distancia, y no esperaba a que se apiadasen de mí. Sentí alegría cuando comenzó a anochecer.

Había junto a mí algunos hombre que se habrían considerado en peligro en la obscuridad, si hubiesen pensado que un camarada estaba vivo todavía. Cayó la noche y bien pronto oí unas pisadas no furtivas, sino firmes y reposadas, como si ni la obscuridad ni la muerte pudiesen alterar el sosiego de aquellos pies.

Tan lejos estaba yo de sospechas quien fuese, el que se acercaba, aun-que percibí la claridad de los blancos en la obscuridad me figuré, que era algún labriego en camisa, y hasta se me ocurrió si sería una mujer demente.

Más de improviso, con un ligero estremecimiento, que no se si fue de alegría o de terror, caí en la cuenta que se trataba del «Camarada vestido de Blanco», y en aquél mismo instante los fusiles alemanes comenzaron a disparar las balas podían apenas errar tal blanco, pues él levanto sus brazos como en súplica y luego los retrajo, permaneciendo al modo de una de esas cruces que tan frecuentemente se ven en las orillas de los caminos de Francia. Entonces habló; sus palabras parecían familiares; pero todo lo que yo recuerdo fue el principio: «Si tú has conocido». «Y el Fin». «Pero ahora ellos están ocultos a tus ojos».

Entonces se inclinó me cogió en sus brazos (a mi que soy el hombre más corpulento de mi regimiento), y me transportó como a un niño. Supongo que me quedé dormido, porque cuando desperté, este sentimiento se había disipado. Yo era un hombre y deseaba saber lo que podía hacer por mi amigo para ayudarle y servirle.

El estaba mirando hacia el arroyo, y sus manos estaban juntas, como si orase; y entonces vi que él también estaba herido. Creí ver como una herida desgarrada en su mano, y conforme oraba se formó una gota de sangre que cayó a tierra. Lancé un grito sin poderlo remediar, porque aquella herida me pareció más horrorosa que las que yo había visto en esta amarga guerra.

«Estáis herido también» (dije con timidez) quizá me oyó, quizá lo adivinó en mi semblante; pero con-testó gentilmente: «Esa es una antigua herida, pero me ha molestado hace poco». Y entonces noté con pena que la misma cruel marca aparecía en su pie.

Os causará admiración el que yo no hubiese caído antes en la cuenta; yo mismo me admiré. Pero tan solo cuando yo vi su pie, le conocí: «El Cristo vivo». Yo se lo había oído decir al Capellán unas semanas antes; pero ahora comprendí que él había venido hacia mí, (hacia mí, que le había distanciado de mi vida en la ardiente fiebre de mi juventud).

Yo ansiaba hablarle y darle las gracias; pero me faltaban las palabras y entonces él se levantó y me dijo: «Quédate aquí hoy junto al agua. Yo vendré por ti mañana; tengo alguna labor para que hagas por mí. En un momento se marchó. Y mientras lo espero, escribo esto para no perder la memoria de ello. Me siento débil y solo, y mi dolor aumenta; pero tengo su promesa; yo se que él ha de venir mañana por mi».

 

 

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EL CUENTO DE LA SEMANA

 

LOS SIETE TARROS DE ORO

 

Al pasar un barbero bajo un árbol embrujado, oyó una voz que le decía: “¿Te gustaría tener los siete tarros de oro?”. El barbero miró en torno suyo y no vio a nadie. Pero su codicia se había despertado y respondió anhelante: “Sí, me gustaría mucho”. “Entonces ve a tu casa en seguida”, dijo la voz, “y allí los encontrarás”. El barbero fue corriendo a su casa. Y en efecto: allí estaban los siete tarros, todos ellos llenos de oro, excepto uno que estaba medio lleno. Entonces el barbero no pudo soportar la idea de que un tarro no estuviera lleno del todo. Sintió un violento deseo de llenarlo; de lo contrario no sería feliz.

Fundió todas las joyas de la familia en monedas de oro y las echó en el tarro. Pero éste seguía igual que antes: medio lleno. ¡Aquello lo exasperó! Se puso a ahorrar y a economizar como un loco, hasta el punto de hacer pasar hambre a su familia. Todo inútil. Por mucho oro que introdujera en el tarro, éste seguía estando medio lleno.

De modo que un día pidió al rey que le aumentara el sueldo. El sueldo le fue doblado y reanudó su lucha por llenar el tarro. Incluso llegó a mendigar. Y el tarro engullía cada moneda de oro que en él se introducía, pero seguía estando obstinadamente a medio llenar.

El Rey cayó en la cuenta del miserable y famélico aspecto del barbero. Y le preguntó: “¿Qué es lo que te ocurre? Cuando tu sueldo era menor, parecías tan feliz y satisfecho. Y ahora que te ha sido doblado el sueldo, estás destrozado y abatido. ¿No será que tienes en tu poder los siete tarros de oro?”.

El barbero quedó estupefacto: “¿Quién os lo ha contado, Majestad?”, preguntó. El Rey se rió. “Es que es obvio que tienes los síntomas de la persona a quien el fantasma a ofrecido los siete tarros.

Una vez me los ofreció a mí y yo le pregunté si el oro podía ser gastado o era únicamente para ser atesorado; y él se esfumo sin decir alguna palabra. Aquél oro no podía ser gastado. Lo único que ocasiona es el vehemente impulso de amontonar cada vez más. Anda, ve y devuélveselo al fantasma ahora mismo y volverás a ser feliz”.

 

 

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ANÉCDOTA DE SÓCRATES

 

¿Te has enterado, Sócrates...?

- Un momento, amigo, interrumpió el filósofo.

¿Seguro que todo lo que vas a contarme es cierto?

- No; pero me lo contaron otros.

- Entonces no valdría la pena repetirlo, a menos que se tratara de algo bueno... ¿Satisface los criterios de la Bondad?

- No: todo lo contrario...

- ¡Ah! Y dime: ¿Es necesario que lo sepa yo para evitar el mal de otros?.

- Realmente No.

- Bien, en tal caso, concluyó Sócrates, olvidémoslo,

¡Hay en la vida tantas cosas que valen la pena!

¿Para que molestarnos con algo tan despreciable, que ni es verdad, ni bueno, ni útil?

 

 

 

 

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CUENTO DE LA SEMANA

 

Buscando la llave

 

Muy tarde por la noche Nasrudin se encuentra dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino.

 

- ¿Qué estás haciendo Nasrudín, has perdido alguna cosa?- le pregunta.

- Sí, estoy buscando mi llave.

El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina.

-¿Qué estáis haciendo? - les pregunta.

- Estamos buscando la llave de Nasrudín.

Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar.

Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Un vecino pregunta:

 

- Nasrudín, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar?

- No, dice Nasrudín

- ¿dónde la perdiste, pues?

- Allí, en mi casa.

- Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí?

- Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura.

 

 

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ANÉCDOTA DE LA SEMANA

 

El poder de la oración consciente

 

“Si al penetrar en el Santuario secreto que existe en tu Intimo y en comunión con la Inteligencia Universal, mantienes deseos amables y bondadosos para con alguien, atraerás influencias y pensamientos idénticos a los que estás emitiendo”.

Arnoldo Krumm Heller.

 

“Realmente es necesario aprender a orar científicamente; quien aprenda a combinar inteligentemente la Oración con la Meditación, obtendrá resultados Objetivos maravillosos”. Samael Aun Weor

 

Existen 4 estados de conciencia en el ser humano, el primero es el estado más inhumano que existe, es cuando dormimos, nuestros egos o defectos deambulan en el mundo de los sueños y proyectamos todos nuestros deseos, apetencias, etc.

 

El Segundo Estado de Conciencia es el mal llamado estado de Vigilia, donde seguimos proyectando nuestros sueños de la misma manera que en el día no se ven las estrellas pero siguen existiendo.

 

En estos dos estados la oración no tiene ningún resultado objetivo, mientras que uno pide algo, nuestros “Yoes” que son miles pueden pedir exactamente lo contrario, y claro la naturaleza responde a tales fuerzas.

 

El tercer estado de conciencia es el que necesitamos para orar, el del Recuerdo de Si, de nuestro propio Ser, cuando la mente esta en silencio, cuando dejan de fluir en nosotros los pensamientos absurdos, entonces se hace presente el Intimo y estando en comunión con esa fuerza espiritual divina, es entonces cuando se opera lo que dicen las sagradas escrituras: “De cierto os digo que cualquiera que diga a este monte: “Quítate y Arrójate al mar”., y que no dude en su corazón, sino que crea que será hecho lo que dice, le será hecho” (Marcos, 11: 23 )

“Por esa razón os digo, que todo por lo cual oráis y pedís, creed que lo habéis recibido y os será hecho” (Marcos, 11: 24)

 

 

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EL CUENTO DE LA SEMANA


EL EREMITA ASTUTO

 

Era un eremita de muy avanzada edad. Sus cabellos eran blancos como la espuma, y su rostro aparecía surcado con las profundas arrugas de más de un siglo de vida. Pero su mente continuaba siendo sagaz y despierta y su cuerpo flexible como un lirio.

Sometiéndose a toda suerte de disciplinas y austeridades, había obtenido un asombroso dominio sobre sus facultades y desarrollado portentosos poderes psíquicos. Pero, a pesar de ello, no había logrado debilitar su arrogante ego.

La muerte no perdona a nadie, y cierto día, Yama, el Señor de la Muerte, envió a uno de sus emisarios para que atrapase al eremita y lo condujese a su reino. El ermitaño, con su desarrollado poder clarividente, intuyó las intenciones del emisario de la muerte y, experto en el arte de la ubicuidad, proyectó treinta y nueve formas idénticas a la suya.

Cuando llegó el emisario de la muerte, contempló, estupefacto, cuarenta cuerpos iguales y, siéndole imposible detectar el cuerpo verdadero, no pudo apresar al astuto eremita y llevárselo consigo. Fracasado el emisario de la muerte, regresó junto a Yama y le expuso lo acontecido.

Yama, el poderoso Señor de la Muerte, se quedó pensativo durante unos instantes. Acercó sus labios al oído del emisario y le dio algunas instrucciones de gran precisión. Una sonrisa asomó en el rostro habitualmente circunspecto del emisario, que se puso seguidamente en marcha hacia donde habitaba el ermitaño.

De nuevo, el eremita, con su tercer ojo altamente desarrollado y perceptivo, intuyó que se aproximaba el emisario. En unos instantes, reprodujo el truco al que ya había recurrido anteriormente y recreó treinta y nueve formas idénticas a la suya.

El emisario de la muerte se encontró con cuarenta formas iguales.

Siguiendo las instrucciones de Yama, exclamó:

--Muy bien, pero que muy bien. !Qué gran proeza!

Y tras un breve silencio, agregó:

--Pero, indudablemente, hay un pequeño fallo.

Entonces el eremita, herido en su orgullo, se apresuró a preguntar:

--¿Cuál?

Y el emisario de la muerte pudo atrapar el cuerpo real del ermitaño y conducirlo sin demora a las tenebrosas esferas de la muerte.

 

*El Maestro dice: El ego abre el camino hacia la muerte y nos hace vivir de espaldas a la realidad del Ser. Sin ego, eres el que jamás has dejado de ser.

 

 

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ANÉCDOTA DE LA SEMANA


NANAK: FUNDADOR DEL ISKISMO

 

Era Viernes aquél día, y al llegar la hora de la oración, encamináronse amo y criado a la mezquita.

Cuando el Kari (sacerdote Musulmán) empezó las oraciones, el Nanab y su séquito se prosternaron, según prescribe el rito mahometano,

Nanak permaneció de pie, inmóvil y silencioso.

Terminada la plegaria, el Nanab encarose con el joven y le preguntó indignado: “¿Por qué no has cumplido las ceremonias de la Ley? Eres embustero y farsante. No debías haber venido aquí para quedarte como un poste.”

Nanak replicó: “Os prosternasteis en suelo mientras que vuestra mente vagaba por las nubes, porque estabais pensando en traer caballos de Candar y no en recitar la plegaria. En cuanto al Sacerdote, practicaba automáticamente las ceremonias de prosternación, al paso que ponía su pensamiento en salvar la borrica que parió días pasados. ¿Cómo iba yo a orar con gentes que se arrodillan por rutina y repiten las palabras como una cotorra?” Confesó el Nanab que en efecto había estado pensando durante toda la ceremonia en la proyectada compra de caballos por lo que toca al Kari, manifestó abiertamente si disgusto y apremió con muchas preguntas al joven

 

 

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EL CUENTO DE LA SEMANA

 

Nasrudín visita la India

 

El célebre y contradictorio personaje sufí Mulla Nasrudín visitó la India.

Llegó a Calcuta y comenzó a pasear por una de sus abigarradas calles. De repente vio a un hombre que estaba en cuclillas vendiendo lo que Nasrudín creyó que eran dulces, aunque en realidad se trataba de chiles picantes.

Nasrudín era muy goloso y compró una gran cantidad de los supuestos dulces, dispuesto a darse un gran atracón.

 

Estaba muy contento, se sentó en un parque y comenzó a comer chiles a dos carrillos.

Nada más morder el primero de los chiles sintió fuego en el paladar. Eran tan picantes aquellos “dulces” que se le puso roja la punta de la nariz y comenzó a soltar lágrimas hasta los pies.

No obstante, Nasrudín continuaba llevándose sin parar los chiles a la boca.

 

Estornudaba, lloraba, hacía muecas de malestar, pero seguía devorando los chiles.

Asombrado, un paseante se aproximó a él y le dijo: Amigo, ¿no sabe que los chiles sólo se comen en pequeñas cantidades?

 

Casi sin poder hablar, Nasrudín comento: –Buen hombre, créeme, yo pensaba que estaba comprando dulces.

 

Pero Nasrudín seguía comiendo chiles. El paseante dijo: –Bueno, está bien, pero ahora ya sabes que no son dulces. ¿Por qué sigues comiéndolos?

 

Entre toses y sollozos, Nasrudín dijo: –Ya que he invertido en ellos mi dinero, no los voy a tirar.


*El Maestro dice: No seas como Nasrudín. Toma lo mejor para tu Revolución interior y arroja lo innecesario o pernicioso, aunque hayas invertido años en ello.

 

 

 

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LA ANÉCDOTA DE LA SEMANA

 

NOSOTROS SOMOS TRES, TU ERES TRES

 

Cuando el barco del obispo se detuvo durante un día en una isla remota, decidió emplear la jornada del modo más provechoso posible.

Deambulaba por la playa cuando se encontró con tres pescadores que estaban reparando sus redes y que, en su elemental inglés, le explicaron cómo habían sido evangelizados siglos atrás por los misioneros. “Nosotros Ser Cristianos”, le dijeron, señalándose orgullosamente a sí mismos.

El obispo quedó impresionado. Al preguntarles si conocían la oración del Señor, le respondieron que jamás la habían oído. El obispo sintió una auténtica conmoción. ¿Cómo podían llamarse cristianos si no sabían algo tan elemental como el Padre nuestro?

Entonces, ¿Qué decís cuando rezáis?

Nosotros levantar los ojos al cielo. Nosotros decir: Nosotros somos tres, tú eres tres, ten piedad de nosotros. Al obispo le horrorizó el carácter primitivo y hasta herético de su oración. De manera que empleó el resto del día en enseñarles el Padrenuestro. Los pescadores tardaban en aprender, pero pusieron todo su empeño y, antes de que el obispo zarpara al día siguiente, tuvo la satisfacción de oír de sus labios toda la oración sin un solo fallo.

Meses más tarde el barco del obispo acertó a pasar por aquellas islas y, mientras el obispo paseaba por la cubierta rezando sus oraciones vespertinas, recordó con agrado que en aquella isla remota había tres hombres que, gracias a pacientes esfuerzos, podían ahora rezar como era debido. Mientras pensaba esto, sucedió que levantó los ojos y divisó un punto de luz hacia el este. La luz se acercaba al barco y, para su asombro, vio tres figuras que caminaban hacia él sobre el agua. El capitán detuvo el barco y todos los marineros se asomaron por la borda a observar aquél asombroso espectáculo.

Cuando se hallaban a una distancia desde donde podían hablar, el obispo reconoció a sus tres amigos, los pescadores. “¡Obispo!”, exclamaron, “nosotros alegrarnos de verte. Nosotros oír tu barco pasar cerca de la isla y correr a verte”.

“¿Qué deseáis?” les preguntó el obispo con cierto recelo. “Obispo”, le dijeron, nosotros tristes. Nosotros olvidar bonita oración. Nosotros decir: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino...’ después olvidar. Por favor, decirnos otra vez toda la oración.”

El obispo se sintió humillado, “Volved a vuestras casas, mis buenos amigos”, les dijo, “y cuando recéis, decid: ‘Nosotros somos tres, tú eres tres, ten piedad de nosotros’.”

 

 

 

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CUENTO DE LA SEMANA

 

ESTO TAMBIÉN PASARÁ

 

Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte: - Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.

Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total. Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:

- No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.

- Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje (el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey).

- Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo.

- Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.

Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino.

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso. Simplemente decía:- ESTO TAMBIÉN PASARÁ.

Mientras leía estas palabras sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.

El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes. Él se sentía muy orgulloso de sí mismo.

El anciano estaba a su lado en la carroza y le dijo: -Apreciado rey, le aconsejo leer nuevamente el mensaje del anillo.

-¿Qué quieres decir? -preguntó el rey. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta. No estoy desesperado y no me encuentro en una situación sin salida.

Escucha – dijo el anciano – este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas. También es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo bueno era tan transitorio como lo malo.

 

Maestro: Todas las situaciones (agradables y desagradables) son transitorios; pasarán y harán lugar para algo nuevo. Encontrarás la paz si logras tomar distancia de estas situaciones y si las aceptas como parte de la dualidad de la naturaleza.

 

 

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LA ANÉCDOTA DE LA SEMANA

 

Las Cosas no son lo que parecen

 

Dos Ángeles viajeros se pararon para pasar la noche en el hogar de una familia muy adinerada. La familia era ruda y no quiso permitirle a los Ángeles que se quedaran en la habitación de huéspedes de la mansión.

En vez de ser así, a los Ángeles le dieron un espacio pequeño en el frío sótano de la casa. A medida que ellos preparaban sus camas en el duro piso, el Ángel más viejo vio un hueco en la pared y lo reparó. Cuando el Ángel más joven preguntó ¿por qué?, el Ángel más viejo le respondió, “las cosas no son siempre lo que parecen”.

La siguiente noche, el par de Ángeles vino a descansar en la casa de un señor y una señora, muy pobres, pero el señor y su esposa eran muy hospitalarios. Después de compartir la poca comida que la familia pobre tenia, la pareja le permitió a los Ángeles que durmieran en su cama donde ellos podrían tener una buena noche de descanso. Cuando amaneció, al siguiente día, los Ángeles encontraron bañados en lagrimas al señor y a su esposa. La única vaca que tenían, cuya leche había sido su única entrada de dinero, yacía muerta en el campo. El Ángel más joven estaba molesto y preguntó al Ángel más viejo, ¿cómo pudiste permitir que esto hubiera pasado? El primer hombre lo tenía todo, sin embargo tú lo ayudaste; el Ángel más joven le acusaba. La segunda familia tenía muy poco, pero estaba dispuesta a compartirlo todo, y tu permitiste que la vaca muriera.

“Las cosas no son siempre lo que parecen”, le replico el Ángel más viejo.,

“Cuando estábamos en aquel sótano de la inmensa mansión, yo note que había oro almacenado en aquel hueco de la pared. Debido a que el propietario estaba tan obsesionado con avaricia y no dispuesto a compartir su fortuna, yo sellé el hueco, de manera tal que nunca lo encontraría.” “Luego, anoche mientras dormíamos en la en la cama de la familia pobre, el ángel de la muerte vino en busca de la esposa del agricultor. Y yo le di a la vaca en su lugar. “Las cosas no siempre son lo que parecen”.

 

 

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